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LA HUELLA EMOCIONAL DE NUESTROS ABUELOS

Nuestros abuelos los llevamos en nuestro corazón, y los tendremos por siempre. Si estás en un período de tu vida que ahora te toca a ti desempeñar ese papel, procura que tus nietos también te recuerden con ese cariño.
Entre todos los rincones del mundo, siempre hay unos favoritos. No importa cuánto te muevas, cuánto viajes o dónde estés, nunca es mal momento para regresar. Sabes bien cuáles son: ‘tus personas hogar’.
Las personas hogar huelen a amor y a aceptación incondicional. Huelen a cariño, a abrazos largos donde se te cierran los ojos y se esboza una sonrisa.

Por eso, una persona hogar es el mejor espejo donde mirarse cada día: siempre refleja la versión más real y auténtica de ti. La más bonita. Son la luz al final del túnel, el apoyo durante el camino y el hombro en el que depositar tus lágrimas.

Reparando alas rotas

Los abuelos son personas hogar. Únicos, entrañables e inolvidables. Estén o no, en este mundo, ellos simbolizan ese lugar al que siempre podremos volver para acurrucarnos, aunque sea en los recuerdos.

Los nietos y los abuelos representan una unión generacional, ese papel que envuelve una golosina, esas miradas cómplices y ese juego permisivo y comprensivo que tanto se disfruta en cualquier momento de la vida.

Son nuestros recuerdos, nuestra complacencia, nuestro disfrute y nuestra ternura.
Ellos son historias llenas de efectos inesperados, cabellos de color blanco que bailan al compás del viento, ojos que brillan con el sol, serenos paseos sintiendo la calidez de sus manos, el caminar sobre hojas secas, el ver llover tras la ventana con un tazón de chocolate caliente en una fría tarde de invierno.

Por todo esto y mucho más los abuelos se convirtieron en nuestros amigos más entrañables, esos que corrían despacio por las colinas para jugar al escondite, los que nos demostraban que el amor puede ser único y excepcional

Su legado emocional

Huelen a ropa nueva, a juguetes, a intercambios dulces, a pagas a escondidas, a secretos compartidos, a caprichos encontrados, a luciérnagas de noches de verano, a la paja mojada de una tarde de tormenta…

Sus pasos cortos y sus manos fuertes guardan la esencia de momentos únicos y que no se pueden reemplazar y de valores aprendidos.
Y es que las castañas calientes y el pan recién hecho de las mañanas de invierno reflejan la importancia del cuidado, de los pequeños detalles, de la dedicación y del amor.
Esos abrazos que nos recomponían en segundos del dolor que nos causaban las heridas en las rodillas y, sobre todo, las del alma, eran un ejemplo más del respeto y de la incondicionalidad que ellos luchaban por transmitirnos cada día.

Es probable que más de una vez nos tocase ver ceños fruncidos o miradas de enfado. Seguro que esto lo tenemos grabado a fuego en nuestra piel, la misma que se erizaba cuando nos decían que no habíamos hecho algo bien.

Navegar por las raíces

Su mayor regalo son las raíces que heredamos y las alas para volar que nos tejieron. Por eso nunca debemos olvidarnos de profundizar y de mantener presente lo que constituyen nuestras bases.
La relación con nuestros abuelos será por siempre única, pero también será una de las más afectuosas y entrañables que experimentaremos en nuestra vida. Siempre la recordaremos por su profundidad y por su trato genuino y excepcional.

Simbolizan un lugar en el que aprendimos más valores aun habiendo menos reglas, donde nos educaron con serenidad y madurez, donde nos sentíamos el fruto de su satisfacción por la continuidad, donde aprendimos con templanza y paz.

«Éramos camaradas con un objetivo común: disfrutar como si no hubiese mañana, los unos de los otros. También compartíamos enemigo: la intransigencia de unos padres que tenían el deber de evitar un consentimiento excesivo».

Esto es lo que hoy y siempre quedará grabado como huella en nuestra memoria y en nuestro corazón.
Es una de las experiencias más hermosas y enriquecedoras que hay, una suerte de magia incontrolable donde no importa la edad, donde se palpa lo efímero de la vida y donde podemos sentir el calor de los recuerdos.

Nuestros abuelos, nuestros héroes de siempre

“Lo esencial es indefinible.

¿Cómo definir el color amarillo, el amor, la patria, el sabor a café?
¿Cómo definir a una persona que queremos?
No se puede.”

Son plumas de nuestras alas. Son aquellos héroes del pasado que constituyen nuestro presente, son los que nos dieron la mano, los que soplaron nuestras heridas, los que evitaron las caídas y los que nos dejaron caer, pues bien sabían que es la mejor forma de aprender.

Son el sinónimo más acertado de calidez y de cercanía, a pesar de que puede que ya estén muy lejos; son la conexión a primera vista de una sintonía única e inquebrantable.
Huelen a hogar, a las tiritas que una vez sujetaron nuestras heridas emocionales, a esa medicina natural que las sanó, a la voz que nos dio serenidad. A través de ellos pudimos asumir que los momentos más duros de soportar son solo eso, momentos.

Estén o no estén en este mundo sigue abrazándolos y escuchándolos, compréndelos y sé fiel a tus raíces. La voz de la experiencia lo merece. Sea como sea, gracias a ellos tu infancia y tu vida han sido diferentes pero, sobre todo, únicas.

Gran parte de nosotros ha tenido el privilegio de conocer a sus abuelos, de compartir una etapa de la vida con ellos y aprender el valor de cuidado y el respeto mutuos.
Nunca los olvides, debes mantenerlos vivos por siempre en tu corazón. Y, si ahora te toca ser abuelo, procura que tus nietos te reconozcan el día de mañana en la ternura de un corazón sonriente.

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